Manos prodigiosas – escrit Nadal 2016

No parecía que tocaba el piano, lo acariciaba, lo mimaba. Y sin embargo con el ágil y rápido juego de las dos manos nerviosas sonaba como toda una orquesta, con fuerza, con energía, con alma. El violoncelo ponía melancolía, ternura, espíritu. En el piano solo ves moverse dos manos, en el violoncelo es un brazo entero, sensual y vigoroso. Los que bailaban movían sus cuerpos enteros, los fundían, los catapultaban, los retorcían, los moldeaban al ritmo de la música. A veces era como una serie interminable de estatuas humanas que se paraban milésimas de segundos para ser contempladas en su majestad y en su movimiento. Era electrizante, magnético. Los que estábamos aquella noche en un auditorio de Orihuela sentíamos que asistíamos a algo especial. El motivo era poder dotar de maquinas de coser y utensilios a unas chicas del norte Camerún, alumnas del centro de formación de la misión de Blangoua. Pero había algo más, no era solo una solidaridad lejana y complaciente. Las manos y los cuerpos prodigiosos de los músicos y bailarines se fundían con las manos y las vidas prodigiosas de las chicas, que veían un futuro posible haciendo trabajar sus manos y sus capacidades.
A veces el espíritu humano emerge con fuerza, con nitidez, con pasión. Y esa fue una de esas ocasiones. Organizar algo siempre tiene un tanto de aventura, de riesgo, de atrevimiento. Puede que hasta de insolencia. Y hacen falta las complicidades, y de esas hubo muchas, fue lo mejor. El espectáculo era mucho más improvisado de lo que los espectadores podíamos imaginar, la conexión entre los artistas funcionó. Y no solo entre ellos, también los que abrían las puertas y las controlaban, los que acomodaban, la decoración, hasta la que hizo de modelo. La estética puesta al servicio del amor. Y los que asistimos también pusimos nuestro ardor. La conducción del evento, de nivel.
La imágenes del conflicto enquistado en el lago Chad nos llevaban a la dura realidad, de la misma forma que la expresión artística nos enseñaba que más allá de las balas y las bombas, hay manos buenas.
Las mismas imágenes las vimos unas semanas antes con un grupo de amigos ferroviarios y sus familias en una agradable barbacoa. Allí otras manos prodigiosas también actuaban, movían la vianda y la servían. Otras manos ponían mesas y manteles, lo necesario para el arte del buen yantar. También ellos colaboran y ayudan para el futuro de los jóvenes del lago. Pasarlo bien, reír juntos, hablar, chismorrear, vivir indolentes en un día de descanso. Estar del lado bueno de la vida.
Hay manos que matan y manos que curan reza la canción. Cuando las manos se mueven para el bien, para el amor, para la esperanza, se vuelven manos prodigiosas.
Miguel Ángel Pérez Sánchez